Ha pasado un año, quizá dos
desde la ausencia, los ojos en llanto y la garganta reseca, comencé a
congelarme desde dentro, las vísceras podían escucharse crujir como hielo seco,
era el inicio de todo lo que toco, lo que despedazado se retuerce como un cristal
a punto de ser soplado, es el viento, el aire ensortijando mis cabellos, la
luna circular bajo la aurora de mi pecho, son estas manos a punto de no
escribirte, de no desearte, de seducirse por la polaridad del norte, del casi
azul del tono blanco que puede ser mi piel en congelante, es un escalofrío
eterno por las orillas del cuerpo, por la silueta deseosa, un recorrido
incierto pero atemperante…fino y ejemplar paso a desnivel, soplar con la ventana abierta, la pupila, los
sentimientos, ¿dónde me voy a buscar después de congelarme bajo esta luna
milagrosa?, ¿dónde poner a calentarme bajo este mediocre sol de embarcadero?
Entonces me haces falta… me
descubro pensando que estos días ya no te escribo, sufro de olvido, mala memoria,
simplemente nos hemos ido… el uno
de otro, de los viejos pasillos, de las cafeterías del centro y las librerías
de viejito, somos dos perdidos, extraños
que se empeñan en no buscarse por temor a verse de nuevo…reflejados,
involucrados en ellos, como espejos que ambulantes se pervierten entre necios.
Confieso, cómo no pensarte
en la tormenta de mis días, cómo no quererte una y otra vez en estos meses
donde la tierra se impregna de humedad y nace la vida, necia la mano que te
escribe, los ojos que siguen viéndote entre sueños, las frases que no se cansan
de hacer liturgia para tu llegada, monopolio de este raquítico lamento,
confieso… te confieso la derrota.
Y aunque hoy busque tu
carne, ese corazón podrido, lleno de arterias, latiendo sin mi voz, fluyendo
sin mis remedios caseros… no deja de ser un hueco en este pecho, un barquito de
papel en mi interior.
Tú… el hombre… timón de mi
barco, viento de mi puerto, mar en que navego.
Yo… la mujer… barco que se
adentra en tu marea, ancla que se hunde en tu virilidad, vela que se deja llevar por tu viento.
Nosotros… nada…cuerpos en
la húmeda soledad perpetua.
Ahora que somos dos cuerpos enmudecidos… silente compás
de tu boca en la mía.
Hablo y escucho el dialecto
primitivo del amor, canto que se forma cuando a dos manos recorro el
mundo…lenguaje primigenio de lenguas enredadas en un solo verso, figura sonora
de tu cuerpo en mi cuerpo… eres en cada espacio: la nota musical perfecta, la
balanza de mí en esta tierra…resonante golpe de tu corazón contra mi pecho,
rítmica respiración cuando somos dos serpientes
enredadas, cuando buscas penetrarme y yo me ofrezco.
Ahora que somos dos cuerpos
enmudecidos… yo pienso en tu luz
iluminándome por dentro, en tu voz secando mi sed.
Existen días que se olvidan
de mí, como cántaros rotos que se vuelcan en las rodillas del sediento, días
que presumen de mi ausencia, fantasmagórica imagen donde no existo, dónde los
transeúntes se revuelcan entre mi cuerpo transparente de recuerdos, días donde
ellos me destierran del horario y la misericordia de la memoria.
Existen días que se olvidan
de mí, fotos donde no estoy, compañeros que nunca tuve, nombres que no conozco,
donde no me busco, donde no me encuentro, tengo días que se han escabullido de
las manos, infantes retratos de color negligencia, pasajes secretos de la
soledad, miradas que no me pidieron las viera, bancas individuales de los otros
que no soy.
Me complace la nada:
no saberte.
Me complace la soledad:
esta muerte… miento
Ayer comí mis ganas de
saber de ti, verte vivo en la palabra para arrancarme a tirones con la verdad,
realidad de mis ojos sin llanto, mujer sentada a tu derecha, pregunta justa en
el momento menos indicado… ayer caminé por el retorno de no saberte mío, coserme los labios con el humo del cigarro,
abrazarte fuertemente para que entre mis brazos se fueran las sílabas rotas:
quédate a mi lado, déjame alimentarme de tu pecho, tómame de la mano y vamos a
desaparecer.
Ayer cayó el asombro por la
madrugada, como pájaros cantando en el eclipse, lunas que sin llenar se llenan
de ti, ayer me quedé sentada a la orilla del camino, despidiéndome con una sonrisa
… que los días siempre pasan de prisa con la huella distante del ayer.
Si se trata de desnudarme
soy ese cuerpo…
sólo el corazón latiendo de
rojo
carne ardiente ante la
corrupción de la palabra.
Soy la que desnuda es
tierra fértil
arado de tus obreras manos.
Soy la que mojada hace
semilla creciente de un nosotros proverbial...
un nosotros no marchito
imaginario como todo lo
nuestro.
Si se trata de desnudarme
tomar el rehén de mis
encantos
escombrar los rastros que
dejaste…
huellas intangibles de tu
nombre
lenguaje en braille que leo
al tocarme.
Es desnudo mi cuerpo una
hoja en blanco...
llama viva
sonido sordo
bello canto
sílaba tónica
cuerpo perpetuo de
ti...bendito…vacío de ti.
Todo es tu nombre, en esta
soledad ha sido tu nombre el alivio de mi consigna, tus seis letras que hacen
llevadero el día, no traiciono la huida, navegar de tristeza… te quiero,
infinitamente como una enfermedad sin cura, te quiero irremediable a mi
distancia, salvación de este tormento, te quiero por las andanzas, te quiero,
te quiero siempre; una y otra vez te quiero, como se quiere al hombre que se
aleja en el puerto, como se quiere al caballero sin armadura, como se extiende la mano cuando se
cruza la calle a un ciego, te quiero… A
veces también me quiero, como a la mujer que se despide de beso en la
frente, la que se abraza al bienvenido y
se derrama en lágrimas por el muerto… mujer sencilla de mirar preciso, mujer
casita, mujer hoguera de verso nuevo, bendito tu nombre que puedo gritarlo, que
es mi pasaje y mi barquito de papel…charquito de agua turbia…burbuja de jabón
que se revienta con lo que somos y nunca fuimos…con el nosotros.
Coral Ochoa
Que el camino salga a tu encuentro Que el viento siempre esté detrás de ti Y la lluvia caiga suave sobre tus campos. Y hasta que nos volvamos a encontrar
ResponderEliminarQue nunca se te venga el techo encima
ResponderEliminarA.M.A.R.